31 de diciembre de 2010

Despidiendo un año fantástico.


No. Hoy precisamente no estoy aquí para escribir algún que otro texto que podáis aborrecer hasta la infinidad o, con suerte, el extremo opuesto. Hoy sólo estoy yo aquí. Alba. La autora, de la mayoría, de esta locura literaria. Y por primera vez en bastante tiempo, no sé muy bien expresar lo que siento con palabras. Cosa que no pasa muy a menudo. Pero lo intentaré de buen modo.  
  
Gracias. De todo corazón. En eso se resume. A todos los que habéis contribuído a que el 2010 sea un año fantástico para recordar. Y sobre todo, a los seguidores de este blog, por seguir ahí y no haber escapado corriendo a la primera de cambio. Me hace feliz de tal manera, que necesitaría inventar un nuevo alfabeto para expresar lo honrada que me siento cuándo leeis textos míos.

Feliz 2011 a todo el mundo. 
  
Y por favor, una petición personal. Cuándo suenen las campanadas no toméis las uvas, sustituídlas por otro alimento. Innovar un poco. Comed gominolas, pan, melocotones en almíbar. Ya sabéis, cosas sencillas de comer y que hagan que no entres en el nuevo año asfixiado. Y luego me contáis qué tal.
 

24 de diciembre de 2010

Cualquier lugar.

He estado en un lugar. No importa donde, no importa cuándo y ni siquiera importa con quién. Apenas es relevante que he estado allí. Quizás cerca de un sitio donde no pasa nadie, a lo mejor ayer y es posible que sóla. Que importará todo lo demás. Sólo es cualquier lugar donde suelo pensar en tí, en tí y en tí después. Y qué curioso, justamente, parecía que tú también estabas allí.


P.D. No podía cerrar esta entrada sin antes desear una... ¡Feliz Navidad a todos!
  

11 de diciembre de 2010

Si la cosa funciona.


- ¿Por qué querríais oír mi historia? ¿Nos conocemos? ¿Nos caemos bien? Os adelantaré una cosa, ¿vale? No soy un tío agradable. El encanto nunca ha sido una prioridad para mí. Y... ¿Qué queréis que os diga? Esta no es la película caramelo del año. Si eres uno de esos que necesitan sentirse bien... ¡Ve a que te hagan un masaje en los pies! Y... ¿Qué demonios significa todo? Nada. Cero. Niente. Nada conduce a nada. Y aún así, no faltan idiotas que balbuceen. Yo no. Yo tengo visión. Hablo de ti, de tus amigos, de tus colegas, de tus periódicos, de la tele... ¡A todo el mundo le encanta hablar lleno de desinformación! De moralidad, ciencia, religión, política, deportes, amor... Tus inversiones. Tus hijos. La salud. Caray, si tengo que comer nueve raciones de fruta y verdura al día para vivir... ¡No quiero vivir! Odio la dichosa fruta y verdura... ¡Y tus omega 3! Y la cinta de correr, y el cardiograma, y la mamografía, y el sonograma pélvico, y... ¡Oh dios mío! ¡La colonoscopia! Y con todo ello, sigue llegando el día en que te meten en una caja y adelante la próxima generación de idiotas, que también te dirán todo sobre la vida y te definirán lo que es apropiado. Veréis, mi padre se suicidó porque los periódicos de la mañana le deprimieron. Pero... ¿Qué iba a hacer? Con el horror, y la corrupción, y la ignorancia, y la pobreza, y el genocidio, y el sida, y el calentamiento global, y el terrorismo... ¡Y los obsesos de los valores familiares! ¡Y los locos de las armas! ¡Horror! Dijo Kurtz en 'El corazón de las tinieblas' ¡Horror! Por suerte, a Kurtz no le llevaban el Times a la selva. ¡Allí sí que habría visto el horror! ¿Y qué vas a hacer? Lees sobre una masacre en Darfur o un autobús escolar que explota... Y dices, ¡dios mío, horror! Y luego pasas la página mientras terminas tus huevos de cultivo ecológico. Y... ¿Qué le vas a hacer? ¡Es sobrecogedor! Yo también intenté suicidarme. Está claro que no salió bien. Pero... ¿Por qué vais a querer oír esto? Caray, ya tenéis vuestros problemas. Seguro que estáis obsesionados con un montón de tristes esperanzas y sueños. Vuestras vidas amorosas previsiblemente insatisfechas. Os han fallado unos negocios. ¡Ojalá hubiera comprado esas acciones! ¡Ojalá hubiera comprado esa casa hace años! ¡Ojalá le hubiera tirado los tejos a esa mujer! Ojalá esto, ojalá lo otro. ¿Sabéis qué? Dejadme en paz con vuestros pudo ser y debió ser. Como decía siempre mi madre, si mi abuela tuviera ruedas, sería una bicicleta. Mi madre no tenía ruedas, tenía varices. Pero, esa mujer dio a luz una mente brillante. Me propusieron para el premio Nobel de física. ¡No me lo dieron! Pero bueno, todo es política, como todos los falsos honores. A propósito, no creáis que estoy amargado por culpa de mis contratiempos personales, por los principios de una civilización bárbara sin sentido. Yo he sido afortunado. Me casé con una mujer guapísima, rica por su familia. Durante años vivimos en Big M. Place. Dí clases en Columbia, 'la teoría de cuerdas'.
 

2 de diciembre de 2010

Muda.


Me quedé muda un instante. 

Y ese instante se convirtió en algo más que miles de decenas de segundos donde el tiempo transcurría a cámara lenta. El agua caía lentamente dibujando trazos sobre mi rostro, impasible, mientras mis botas se encharcaban de agua cada vez más y más, haciendo que mi ropa resultara más pesada de lo normal. Y con la mirada fijada en ningún punto y a la vez observando todo a mi alrededor, cogí aire en silencio.
  
Fue tan sólo un ínfimo y pequeño momento en el que escuchaba mi respiración, acompañada perfectamente de los látidos de mi corazón. Todo en una armonía asombrosa y sencilla. Como si naciera sólo para escuchar aquel simple sonido. 
 
Llovía sin tregua y todo el mundo huía sin mirar atrás. Yo no lo hice, no pude hacerlo. Mis pies no se movieron, esperando algo que nunca llegó. Esperando a vivir, esperando algo más.


Me quedé muda un instante y el mundo se calló conmigo.

27 de noviembre de 2010

Muy pocas personas, demasiada gente.


Y que solo y que vacío puedes llegar a sentirte en tan sólo un momento. Es sencillo, todo se plantea de repente. Estás cansado, triste, apático, deprimido, solo, sin saber que hacer, sin saber que decir, apagado, agotado de toda la situación que te rodea. En resumen, y sin más dilación, estás harto. Tienes un sinfín de problemas sin resolver, cuya solución parece que no llega jamás. Hace tiempo que no duermes, que no pagas la luz, que el agua del grifo empieza a coger un tono amarillento, que no comes nada sólido desde hace días, que tus amigos te hacen el vacío, que tienes a tu madre en el hospital, que tu padre lleva años sin dirigirte la palabra, o mismo que un perro te ha desgarrado la pierna a mordiscos cuando venías a casa. Tú y tus miles de incógnitas. No sabes que hacer y recurres a alguien que te ayude a salir de esa situación y, por arte de magia, nace ese enunciado encantador que no te alivia, no te consuela, simplemente te irrita, te consume, te hastía. Y tú, fingiendo un interés que no tienes o una cara de lástima que ya traías de casa, escuchas la flamante frase de ‘Puf. Si yo te contara…’
  
No hay nada que hacer. Sólo te toca asentir, hacer que comprendes y sobre todo, aguantar con paciencia. 

Y ya lo dijo Fito en su famosa canción 'Corazón oxidado'.
  
Muy pocas personas, demasiada gente.  
 

16 de noviembre de 2010

Imposibles e improbables.

Cuando era pequeña, alguien se acercó a mí una vez y me dijo que podía soñar hasta un punto. Que había límites que posiblemente conocería cuando creciera, que aprendería a vivir con ellos, a soñar sólo con las cosas posibles y a fantasear con lo imposible. Distinguiría entre lo probable y lo improbable, y, diferenciando, mi vida pasaría a tropincones. A medida que fuí creciendo, no me planteé jamás aquellos consejos. No los cuestioné ni un segundo. Aparté las cosas imposibles e improbables cara un lado y dejé las seguras a mi vera. Hasta que un día, como nos ha pasado a todos, tropecé con algo que cambió las cosas. Que hizo que me planteara si todo lo que había hecho hasta ese preciso momento estaba bien.
  
El diccionario de la Real Academia Española define la palabra 'imposible' como algo que no tiene facultad ni medios, para llegar a ser o suceder. En cambio, define 'Improbable' como algo inverosímil, que no está fundamentado en una razón prudente. Con estas dos definiciones en las manos, y puestos a elegir, preferí la improbabilidad a la imposibilidad. La improbabilidad implica esperanza, suerte. La improbabilidad nos hace felices y la imposibilidad nos hace caer para no levantarnos. Preferimos escuchar que tenemos un mísero uno por ciento de posibilidades de ganar, que un noventa y nueve de fracasar. Celebramos la victoria de David contra Golliat. Improbable, sí. Un afroamericano en la Casa Blanca, un tenista español que derrota al número uno de la ATP, una periodista que se convierte en princesa, un equipo que nos trae la gloria de un Mundial, un pequeño paso sobre la Luna. Todas ellas cosas improbables. Sentimientos, relaciones, amistades. Cariño, odio, alegría, amor. Nada de eso se funda en una razón prudente.
  
Por eso, desde hace tiempo, que ya no me cruzo con cosas imposibles.
  
Me cruzo con improbabilidades. Sí, de acuerdo. La mayoría apenas tienen un escaso, insuficiente y limitado porcentaje de salir bien. Pero está ahí, y con eso me llega para mantener la sonrisa en los labios.
 

12 de noviembre de 2010

Como niños.

Debajo de una sábana, jugaron como niños. Al principio vestidos, quizás luego desnudos. Entrelazando sus manos bañadas únicamente por el sol. Contando el tiempo con un antiguo reloj de arena y, más tarde, dejando que se rompiera contra el suelo para no tener noción de las horas, minutos y segundos que transcurrían mientras se deseaban. Ella tenía ganas de morir besándolo y él sólo quería saber que ella sería la última mujer que besaría antes de morir.

10 de julio de 2010

Cosas que me gustan. Cosas que no me gustan.

Me gusta ver el amanecer desde los rincones más oscuros de la noche. No me gusta tener que madrugar por nada del mundo. Me gusta introducir los dedos de los pies en la arena mientras las olas del mar van y vienen. No me gustan las acelgas, aunque las acelgan se empeñen en lo contrario. Me gusta pensar que soy la mejor bailarina del mundo cuando nadie me ve en mi habitación. No me gusta que la gente venga a contarme sus 'planazos' de noches irrepetibles, cuando yo no los puedo tener en ese preciso momento. Me gusta antes de besar a una persona, quedarme unos segundos en silencio, con los ojos cerrados, rozando mi nariz con la suya. No me gusta la gente que se centra exclusivamente en esa persona, cuando sale con alguien. ¡Eh! Que también tienes amigos. Me gusta pensar que existe una sonrisa perfecta esperándome, de repente, en cualquier lugar.

23 de mayo de 2010

Suerte.


Aquel que dijo más vale tener suerte que talento, conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte. Asusta pensar cuantas cosas escapan a nuestro control. En un partido, hay momentos en que la pelota golpea el borde de la red. Y durante una fracción de segundo, puede seguir hacia delante o caer hacia atrás. 
  
Con un poco de suerte, sigue hacia delante. Y ganas.
  
O no lo hace. Y pierdes.

Suerte a todos los que están con exámenes.
Ánimo. Queda poco.

22 de mayo de 2010

Soñar.


La melodía envolvía mis sentidos una y otra vez. Era como si flotara, como si me elevara una y otra vez en un espacio sin aire. No tenía que realizar ningún esfuerzo para mantenerme de pie y me sentía como en uno de esos sueños demasiado irreales para ser verdad. 
  
El fantástico sonido que realizaba la trompeta de Louis Armstrong no dejaba indiferente a ninguna parte de mi cuerpo y conservaba los ojos cerrados, aún sabiendo que mi cuerpo y mi mente no estaban conectados aquella tarde soleada de verano.

  
No era ya una persona ágil, mis músculos agarrotados no se movían como lo habían hecho cuando era joven, pero eso no me hacía darme por vencido en ningún momento. Me contemplé disimuladamente en un espejo del fondo, un viejo chalado de unos sesenta años y un chico de diecisiete me devolvían el saludo. La misma sonrisa, los mismos ojos fríos e intensos y el mismo sentido del ritmo, o en otras palabras, ninguno. No me enorgullecía no saber bailar, era algo que había intentado aprender con el tiempo, sin éxito, por supuesto, pero jamás había perdido las ganas por hacerlo. 

  
Así que allí estaba yo. Reflejado en aquel antiguo espejo de madera colgado en la pared, un viejo sin ritmo que haría reír a una multitud con sus pomposos movimientos. No me importó, de hecho, solté una carcajada y comencé a exagerar cada uno de mis patosos pasos. 

  
Di una vuelta más alrededor de una butaca, al ritmo constante que llenaba la habitación y pude verla por fin. Allí estaba, era ella. Tan fresca, radiante, bella, imposible de definir aun poseyendo todos los calificativos maravillosos que existían en el mundo. Quise alcanzarla, tocarla con mis manos y para ello dejé de bailar.

  
Como si de un espejismo se tratara, volvió a desaparecer. Pero la melodía continuaba sonando. Así que no detuve del todo mis pies y me incliné sobre mi mismo como acariciando a una pareja de baile que ya no estaba. Algo dentro de mí sabía que si continuaba moviéndome, ella volvería, regresaría para bailar junto a mí.

  
No me equivocaba, hacía cuarenta años que parecía no haberme equivocado en nada. Como una niña traviesa, salió de detrás de la coqueta riéndose alocadamente, con el pelo suelto y un vestido de tirantes. Hizo una tímida reverencia y tomó mis manos delicadamente mientras yo la abrazaba con mi cuerpo. 

  
Ella también había envejecido. Ambos lo habíamos hecho. Pero eso no nos afectó de ningún modo. Comenzamos a bailar y la hice girar una y otra vez cuando el jazz aceleró. Se reía, sin parar. No había sonido en el mundo que me gustara más que su risa, ni siquiera el sonido de los primeros pasos de tu propio hijo. La contemplé mientras ella me demostraba como debía uno moverse. Indudablemente, me pareció tan hermosa como la primera vez que la había visto. Sentí que enrojecía y la atraje hacia mí para darle un beso en la frente. Era una sensación cálida e intensa a la vez, quise detener el tiempo pero las manecillas continuaban girando.

  
Yo sabía que aquello terminaría. Que despertaría. Que la trompeta dejaría de sonar y todo aquel mundo perfecto que había construido en un segundo, se desvanecería para quizás no volver nunca. Era consciente de ello. Pero lo dejé correr en un intento de hacer un segundo eterno, o un milímetro más cercano todavía. 

  
Continué bailando con mi imaginación hasta que mi mente se cansó del todo, hasta que mis pies de veinteañero decidieron parar de bailar para no volver a hacerlo. Continué haciéndola feliz hasta que incluso la sonrisa se borró de mi propio rostro.

  
Sólo me importaba ella. Ella y su sonrisa, ella y su pelo, ella y su forma de hacerlo todo bien y mal a la vez, ella y ella misma. No había nadie en el mundo al que pudiera querer más y al que pudiera odiar menos. Puse mi mano en su rostro y ella cerró los ojos, disfrutando del poco tiempo que nos quedaba juntos.

  
Para mi delicia, Louis, que se hallaba sentado en uno de mis butacones favoritos observándonos, cantó y tocó para nosotros por última vez ‘What a Wonderful World’. Ambos sonreímos, juntando nuestros cuerpos para el baile final.

  
Mientras girábamos lentamente, soñé que no era un sueño. Soñé que el mundo, como decía Louis, era por fin maravilloso.

  
Y lo era. O lo había sido sólo durante unos escasos miles de millones de segundos para mí. 

 

16 de mayo de 2010

Un beso.


Sólo te pido un beso.
 
Un único beso que cambie el universo. Que nos cambie a los dos. Un roce de labios que arrebate todas las palabras cargadas de sentimientos de los más famosos poetas. Un beso que haga que no desee envidiar a todas esas preciosas muchachas a las que mis actores favoritos han tocado. Un contacto íntimo que deje atrás las carantoñas, toqueteos y todo el sexo que pueda tener en mi vida.

 
Un anómalo, singular, extravagante, inolvidable, inmejorable y magnífico beso.

 
Y que lo demás sea historia.
 

5 de abril de 2010

Quiéreme si te atreves.



Dichosa Sophie. El juego se había puesto en marcha de nuevo.
  
Felicidad en estado puro, bruto, natural, volcánico… ¡Qué gozada! Era lo mejor del mundo. Mejor que la droga, mejor que la heroína, mejor que el costo, coca, crack, chutes, porros, hachís, rayas, petas, hierba, marihuana, cannabis, canutos, anfetas, tripis, ácidos, LSD, éxtasis. Mejor que el sexo, que una felación, que un 69, una orgía, una paja, el sexo tántrico, el Kama Sutra, las bolas chinas. Mejor que la nocilla y los batidos de plátano. Mejor que la trilogía de George Lucas, que la serie completa de los Teleñecos, que el fin del milenio. Mejor que los andares de Emma Peel, Marilyn, la Pitufina, Lara Croft, Naomi Campbell y que el lunar de Cindy Crawford. Mejor que la cara B de “Abbey Road”, que los solos de Hendrix, mejor que el pequeño paso de Neil Amstrong sobre la luna, el Space Mountain, Papá Noel, la fortuna de Bill Gates, los trances del Dalai Lama, las experiencias cercanas a la muerte, la resurrección de Lázaro, todos los chutes de testosterona de Schwarzenegger, el colágeno de los labios de Pamela Anderson. Mejor que Woodstock y las naves mas orgásmicas, mejor que los excesos del Marqués de Sade, Riambaud, Morrison y Castaneda.  
  
Mejor que la libertad. Mejor que la vida.

¿Capaz o incapaz?

10 de febrero de 2010

Quietos.


Esperad un segundo. Deteneos. El tiempo se ha paralizado. El aire ha dejado de fluir. Tan sólo tenéis una única opción, cerrar los ojos y escucharme. Quiero que recordéis la primera vez que visteis, que vislumbrasteis, que observasteis sólo o acompañados, la autenticidad del mar. Tan calmado e inmenso y con aquel olor singular a reciente y antiguo de forma similar. Ansío que rememoréis el momento en que os aproximasteis a sus fauces y os invadió el miedo a ser bañados por sus ráfagas saladas. Deseo que meditéis sobre aquel inolvidable momento en el que os situasteis frente al mar y soñasteis que el mundo en su totalidad se encontraba a vuestro alcance. Como niños imaginasteis lo que os esperaría más allá del horizonte. Las miles aventuras que os aguardarían en aquellas tierras lejanas. Recordad lo felices que fuisteis fantaseando con ello. Quietos de nuevo. El tiempo continúa parado. Seguís aquí conmigo. Ahora os voy a pedir que penséis en aquel primer beso. Sí, el primer beso de verdad. Aquel tan tímido, húmedo, inexperto, vulnerable, miedoso, asombrosamente increíble y cargado de miles de sentimientos. Sí, deseo que recapacitéis sobre él. Volved ansiosos a ese preciso instante y temblad de miedo, de emoción, de alegría, una vez más. Cerrad los ojos con fuerza con temor a abrirlos un mínimo para que la magia jamás deje de fluir a través de vuestras almas. Aferraos a la otra persona como si no existiera otro cuerpo más perfecto en el mundo que se amoldara a vuestros brazos. Ambiciono que volváis a ser afortunados por una milésima de segundo tanto como lo fuisteis entonces. Parece increíble, pero detenerse apenas unos segundos, aminorar la marcha para observar lo bueno y lo malo que hemos dejado atrás, nos hace madurar, nos hace progresar, nos hace avanzar hacia la perfección de nuestra propia imperfección. La vida se compone de pequeñas cosas que nos hacen sentirnos bienaventurados a escalas diferentes, pero que nos hacen dichosos en un conjunto.
 

1 de febrero de 2010

Obra de arte.



Y en aquella estancia, los dos se quedaron en silencio, rotos de miedo, de no poder respirar, de no poder saber, de no poder confesarse el uno al otro. Pensando en qué decir, qué hacer, cómo expresarlo, cómo manifestarlo de tal modo que sonara como si fuera una estúpida película dramática, donde las personas se cogen de las manos, sin aliento, esperando el beso final.

Pero no era una película. No había un guión detrás. No había un montador de videos, la cámara no encuadraba sus rostros, la noche era noche, y no un foco preparado; y la lluvia no era una ridícula manguera que imitaba el efecto meteorólogico. Sólo estaban ellos. Y a veces da incluso menos miedo situarse ante miles de personas y confesar algo que realmente no piensas, que situarse ante una sóla y hablar cómo si tu corazón dictara cada sentimiento y sensación.
 
Ella no podía más. Él casi vomitaba las palabras, pero tenía la impresión de que no diría nada coherente. ¿Por qué se sentían tan ridiculamente estúpidos? Ni ellos mismos lo sabían.
 
- Ehm.
 
Había salido de su boca. Un sonido. Increíble. Tantos años de evolución para llegar a justo aquel instante que llevaba esperando casi toda una vida y no se atrevía a decir nada más. Absolutamente nada. Ante su sorpresa, ella se rió y él no pudo evitar sonreír con ella, sonreír ante la situación.
  
- Esto es una mierda.
- Y qué lo digas.

  
Ella sintió confianza. Por primera vez, sintió que podía continuar. Que podía no tener miedo. Respiró hondo e hizo que sus manos dejaran de sudar ante sus prematuros nervios. Su instinto deseaba hablar y ella no podía hacer otra cosa que darle paso e, inmediatamente, se puso frente a él y se centró sólo en ver sus ojos.
 
- Tú no tienes cinco sonrisas.
- ¿Cómo?
- Sé que esa frase no es mía y que soy por tanto una plagiadora de una película de amor en la que chico conoce a chica, chico se enamora, chica sólo se da cuenta de que está enamorada de él hasta el final y son felices. Llegado el momento cumbre de la película, ella le dice que tiene cinco sonrisas. Una cuando él piensa que alguien es idiota, otra cuando es muy idiota, otra cuando se arregla y se pone guapo, otra cuando canta a Barry White y otra... Cuando la ve a ella. -Cogió aire-. Pero tú no eres así. Tú no tienes cinco sonrisas. Tú tienes una que lo engloba todo. Eres capaz de sonreír aunque no quieras, eres capaz de curar con la sonrisa. Si tú sonríes, el resto sonríe porque les gusta tú felicidad. Tus ojos se iluminan y recuerdas a un niño cuando ve algo que quiere o ansía. Tú, eres tan único, y tan valioso e imprescindible, como ese cuadro principal en un museo de Arte. Él que todo el mundo paga por ver, el irrepetible. Eres como la Gioconda en el museo del Louvre. Nadie puede salir de allí sin situarse enfrente de la obra de Leonardo Da Vinci y admirarla. Tú eres mi Gioconda. Y yo soy tu museo. Cualquiera querría tenerte en su propia colección, pero yo, y sólo yo, tengo la suerte de tenerte conmigo.

 
No dejó que terminara del todo. Si quedaba todavía algún ápice de monólogo en su interior, ya se había disipado. Dejaron que la pasión invadiera sus cuerpos, besándose como si no hubiera un mañana y pensando en tan sólo una única cosa. Que fácil es tocar el cielo durante una milésima de segundo.
 

31 de enero de 2010

Pintalabios rojo.


Le miró a través del espejo una vez más. Estaba apoyado en la pared con la vista clavada en el mármol. La esperaba a ella, y por la expresión de su cara, no tenía prisa alguna.
  
Se concentró en ella por unos segundos. Se retocó los labios con un rojo intenso que los acentuaba, intentando no parecer ansiosa por romper aquel ingrato silencio.
 
Se dio la vuelta. La estaba mirando. Bajó los ojos mientras arrastraba las palabras.

  
- No sabes lo que quieres.
- ¿Ah, no?

  
Parecía seguro y eso hizo que los nervios se apoderaran de ella durante una milésima de segundo. Negó con la cabeza clavando su mirada en la de él.
  
- Pues te equivocas. Sé lo que quiero y lo tengo delante. - Ella sintió que perdía el habla por momentos-. No me asusta lo que pueda pensar nadie. Incluso no me asustan las dudas que tengas tú. Dices que no sé lo que quiero, pero querer es un verbo demasiado correcto y no tiene nada que ver conmigo. Yo anhelo besarte, tocarte, sentir el frío de tus pies y el calor de tus manos. Que el mundo se congelara para que solo se pudiera escuchar el sonido de tu respiración. O hacer el amor contigo por cada rincón de la tierra y cada vez que pasara por cualquier lugar en cualquier momento, sentirte conmigo aunque no lo estés. No me culpes de justamente tus errores. Yo sí lo tengo claro.
  
El silencio invadió la estancia y por un momento sólo se escuchó como el pequeño pintalabios rojo del número 3, caía de la encimera.
 

30 de enero de 2010

¿Quién lo dijo?

¿Quién se atrevió a decirlo? Al desvergonzado que dijo que jamás deberíamos seguir luchando. Al que dijo que sólo existe el amor no correspondido. Al que dijo que levantarse después de una caída grave, no vale la pena. Al que dijo que tener esperanzas no sirve de nada a nadie. Al que dijo que dormir es mucho mejor que soñar. Al que dijo que no existen las segundas oportunidades. Al que dijo que sonreír no valía para nada. Al que dijo que el amor es el primer desastre de la humanidad. Al que dijo que las heridas no cicatrizan jamás con el tiempo. Al que dijo que una decisión a tiempo, realmente, nunca salva vidas. Al que dijo que los amigos son una imaginación provocada por el interés de las personas. Al que dijo que la familia no siempre te apoya en los peores momentos. Al que dijo que nunca más lo podríamos intentar. Al que dijo que nada merecía para seguir viviendo. ¿Quién se atrevió a expresarlo? ¿Quién pudo manifestarlo, exponerlo, enunciarlo, asegurarlo, sostenerlo, aseverarlo, afirmarlo ante cualquier ser humano? ¿Quién coño lo dijo? ¿Quién se atrevió a traer la negatividad a este mundo? 
  
Es sencilla la respuesta. Aquel al que no ayudaron, al que no lo consiguió, al que no pudo alcanzar la meta, al que su amor de la infancia rechazó, al que no pudo salvar su propia vida.

Ellos no pudieron. Pero, ¿y tú?

Tú si puedes.
 

26 de enero de 2010

Todos.


Todos. ¿Qué significa todos? El diccionario lo define como lo que se considera entero o en conjunto. Todos. Vaya palabra, ¿Verdad? Todos eres tú y tú. Ah, y tú también. Todos somos todos. Nadie se queda a salvo, nadie queda fuera. Es algo que engloba a todo el planeta. Nos gusta generalizar, nos gusta sacar esa palabreja al descubierto. Nos gusta como suena. Todos. Todos. Todos. Todos nos hemos caído alguna vez cuando nadie nos ha visto y hemos vuelto la cabeza para ver si realmente no había nadie alrededor. Todos hemos hecho alguna vez el ridículo con un gran público para recordarlo por los siglos de los siglos. Todos tenemos una espantosa foto de bebés en la que parecemos gilipollas. Todos nos ponemos melancólicos cuando observamos las estrellas. Todos sonreímos la mañana de Navidad cuando vemos un regalo que jamás esperábamos. Todos cuando estudiamos intentamos no subrayar la gran mayoría, pero siempre acabamos haciéndolo. Todos nos emocionamos en las películas cuando chico encuentra a chica y son felices para siempre, aunque no todos lo demostramos abiertamente. Todos somos perfectos al menos una noche al año. Todos estamos tristes más de una noche al año. Todos pensamos que la lotería nunca toca, pero aún así, los más esperanzados, la compran. Todos sabemos que consecuencias traerá tomarse seis chupitos de tequila de golpe, pero lo hacemos igual. Todos tenemos la típica foto durmiendo con la boca abierta hecha por el amigo capullo al que odias a muerte. Todos tenemos a alguien que siempre está ahí para nosotros.
Y así miles de cosas más. Todos, todos y todos. ¿Qué quienes somos todos? Ah, es muy fácil. Somos tú, tú y tú.

¡Ah! Se me olvidaba.

También tú.