29 de noviembre de 2011

De anécdotas curiosas y festivales árabes.

Sí. Exacto. Yo, otra vez, por estos lares. Vuestra reacción puede ser extrañamente parecida a la de mi madre el día que me vio haciendo la comida voluntariamente: '¿Qué te pasa? ¿Llamo al médico?' Lo importante es que he vuelto de muy buen humor aquí, para narraros las aventuras de dos sucesos distintos.
 
Un gran poeta comenzaba siempre sus epopeyas: 'Se encontraba el legendario...' Y yo para contar esta primera anécdota, y por no ser menos, comenzaré con algo así como: Me encontraba yo tranquilamente en un autobús urbano en Santiago camino de... Bueno, realmente, eso da igual y por norma general, ni os importa. La cosa es que, entró una anciana, que por la edad podría haber vivido perfectamente en directo el rodaje de 'En busca del valle encantado' y, como ha de ser, la joven que se encontraba a su lado gentilmente le cedió su sitio y ella lo denegó al instante, ya que no debía ser de su agrado o quizás no enfocaba su lado bueno de la cara hacia los demás. Nunca lo sabremos. Y, he aquí el quid de la cuestión, unos segundos después de rechazar el sitio, ambas mujeres, tanta la joven como la anciana, automáticamente posan una mirada delatora hacia mí. Para que os imaginéis la estampa, he de constar que yo tenía conmigo el maletín del portátil, un pequeño bolso con mi cartera y las llaves, una bolsa con comida apunto de romperse y, haciendo malabarismos, llevaba el paraguas cargado como vagamente podía en el brazo. Y, además, especificar que cuando entré en el autobús no había ni un mísero asiento vacío, culpa de la lluvia, así que tuve que apelarme a la resignación de quedarme de pie en un sitio estratégico para que todo aquel pequeño tetris que tenía encima no se desplomara.
 
Pues bien, lo cómico de la historia es que, después de vagar con la mirada por todo el lugar, la anciana descubrió que el único lugar donde quería estar era precisamente donde yo me encontraba. Llamadlo capricho o que sé yo, pero la mujer se me quedó mirando, casi diciéndome: '¿Cómo osas? Ese lugar ha pertenecido a mi familia desde hace generaciones. ¡Largo de ahí, bastarda!' Y.... Bueno, yo simplemente le dirigí una pobre mirada de: '¿Por qué? Si podrías echar a cualquiera. Que se me va a romper la bolsa del Carrefour y como se pongan a rodar las latas de atún, esto se convierte en un plató concurso de Cuatro'. Pero nada. Ninguna mirada fue suficiente para detenerla. Y así, de esta forma tan triste, Goliath venció a David, los Montesco y los Capuleto separaron del todo a Romeo y Julieta, Ulises murió a manos de una sirena, y, bueno, a mí... A mí se me rompió la bolsa y nadie pudo hacer nada para salvar su contenido.
  
El segundo suceso curioso es que en este pasado mes de Octubre, participé, junto a unos cuantos amigos, en Amal Express 2011, un pequeño concurso perteneciente al Festival de cortometrajes árabes Amal. Lo que nos impulsó un poco a participar fue el propio reto del concurso de intentar pensar una idea original a partir de una palabra clave que los organizadores daban. Y así, partiendo de esa base, rodar un pequeño cortometraje, montarlo y presentarlo en un máximo de 96 horas. Y como plus, el premio por ganar era de 500 euros. Así que el planteamiento no estaba tan mal. 
  
Una vez publicada la palabra clave, la cual este año fue 'revolución', y tras muchas horas pensando, rodando y editando; quedó un trabajo más o menos viable para presentar al concurso. Y he aquí vienen los problemas. Fallos con la página donde se mostraban los vídeos, trucos para votar mil veces a los participantes, mala planificación del propio festival, errores referentes a las normas del concurso... Vamos, un cristo. Y así la ilusión de los participantes se quedó en un amargo sabor de boca a medida que avanzaban las horas hasta la resolución final. Y para qué vamos a negarlo, venía con la intención, realmente, de hablar de la falta de preparación y críticar arduamente el concurso, pero... Ha pasado el tiempo, y es mejor no hacer leña del árbol caído. Eso sí, nos plantearemos con seriedad presentarnos el año que viene, y no sólo nuestro grupo. Alguna consecuencia, por muy pequeña que fuera, tenía que haber...  Aunque, ya lo dice muy claro el proverbio: 'El ser humano es el único animal capaz de caer en la misma piedra dos veces.' 
  
De todos modos, y ya para concluir, os dejo el amado cortometraje del que tanto hablo. De un modo u otro, intentamos tratar uno de los temas de actualidad más polémicos: La incomunicación. (Y lo digo yo, que casi no puedo vivir sin tecnología) Disfrutadlo, o lo que buenamente podáis hacer.

Los ojos de la revolución.

22 de octubre de 2011

Manzanas prohibidas en el paraíso.

¿Conocéis esos anuncios que dicen: 'Hola, me llamo Fulano y tener coche, seguro de vida, champú, juguetes del Toys R' US ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida'? Si, lo más probable es que os haya coincidido ver alguna vez una de estas maravillas. De todos modos, si yo tuviera que presentarme de esta forma, sería algo como: 'Hola, me llamo Alba y tener un ordenador Apple es lo mejor que me ha pasado en la vida... Hasta hace unos meses.'
  
Apple. Amada compañía de ordenadores. Me compré un Macbook Pro en Diciembre de hace ya dos años y hasta relativamente unos cuantos meses atrás todo iba como la seda. No dejaré llevarme demasiado por mi admiración hacia el sistema operativo de la compañía, pero sí que diré, y las personas que han podido catar la pequeña manzana plateada lo saben, es que, una vez has probado Apple no quieres saber nada más de 'ventanas'. De todos modos, la vida no es de color de rosa, no todo el monte es orgasmo, que no orégano; bla, bla, bla. Y, sin más dilación, allá por Mayo, llegó un momento en que el Macbook comenzó a fallar regularmente: El ventilador hacía ruido y se calentaba demasiado, el sistema, en general, iba bastante lento... Así que viendo que el certificado de defunción llegaba antes de lo previsto y no por causas naturales, decidí, al terminar la época de exámenes, llevarlo al servicio técnico del lugar donde lo compré inicialmente: El Corte Inglés.
  
Y justo en ese instante, y sin saberlo, comenzó mi propia Odisea, que ríete tú de Ulises y sus luchas contras las sirenas, teniendo yo que pelear con un técnico operador de Apple.
  
En el momento que me encuentro allí dejando el portátil, el amable y distinguido encargado del Corte Inglés recoge el presunto ordenador, con las incidencias presentadas por mí y lo envuelve en una especie de celofán extraño, que misteriosamente se parecía mucho al que utilizo yo para bocadillos. Al guardar el objeto, 'sin querer', al encargado se le cae sobre el propio mostrador en su torpe envolver, lo recoge, se le vuelve a caer y ya por tercera vez, ante mi atónita mirada, se lo coloca bajo el brazo, me sonríe de forma incómoda y me suelta tranquilamente: 'Estos ordenadores son muy fuertes y duros. Por eso son tan buenos' Sí. No me cabe la menor duda. Pero yo no utilizaría un Mac para picar piedra o capar un mono. No lo haga usted con el mío. Así que antes de que me diera tiempo a protestar, el hombre desaparece y yo me despido de mi ordenador por tres semanas, a pesar de que el Corte Inglés me aseguró hasta la saciedad que procederían a reparar el objeto con agilidad y rapidez. Desde luego, si la vida fuera el cuento de la liebre y la tortuga, el Corte Inglés no sería la liebre. Probablemente tampoco la tortuga. Lo más seguro es que fuera un enorme cachalote atrapado en una charca, alejado de la carrera, boqueando desesperadamente buscando agua. 
   
Bien. Regreso un lustro después y al recogerlo, pregunto por curiosidad cuál era el problema y si estaba reparado, a lo que me contestan: 'Lo probamos un tiempo y en principio, ya no existe el problema.' En su momento no lo supe, pero la traducción exacta de esas palabras era: 'Encendimos tu Mac y lo dejamos en modo reposo tres semanas para... Eso. Que reposara.' Creyendo que quizás por arte de magia el problema estaba arreglado, ingenua de mí, regreso a casa con él y verifico a lo largo del verano que efectivamente no lo está. 
 
Pero, ¡qué le vamos a hacer! La vida es difícil. Y con positivismo, en Septiembre me acerqué a la Apple Store de Vigo queriendo una segunda, o en este caso primera, opinión sobre lo que le ocurría a mi portátil. Estes me atienden correctamente, me lo recogen y añaden al final que debo volver con la garantía del Corte Inglés para que la reparación me salga gratuita. En principio, es algo sensato. Así que en un par de días, vuelvo con el susodicho papel. Y este es el momento donde Apple comienza a no agradarme tanto, o, en otras palabras, a tocarme bastante las narices. El asunto es que observan la garantía y me dicen: 'OH, vaya, no tienes la garantía oficial del Corte Inglés, y tampoco tienes indicado el número de serie. Por favor. Vuelve con ella.' Aquello no tenía demasiado sentido. El número de serie lo tenían registrado en mi propia factura de Apple y... De acuerdo, en el papel que yo presenté no estaba el sello oficial de la compañía, ni la del ministerio, ni ya puestos el escudo de Hogwarts, pero vamos. Era un papel, oficial o no, del Corte Inglés que avalaba mi garantía. Pero bueno, todo sea por complacer a Apple.
  
Bien, no sé si alguien en la sala conoce ampliamente la ciudad de Vigo. Pero sólo diré que el Corte Inglés y la Apple Store quedan a desmano la una de la otra. Además, constar que Vigo es la San Francisco gallega. Por tanto, no iba a ser tarea fácil desplazarme a pie entre ambas localizaciones simultáneamente. Así que, con paciencia y esfuerzo, me dirigí hasta allí, pedí mi garantía oficial, sintiéndome casi como si rogara un certificado firmado por el mismo rey, y la encargada me indica que ellos no pueden proporcionarme el número de serie porque tal información no se guarda en el registro. Insisto un poco más, pero como me especifican que no se puede, pues claro, tonta de mí, pienso: Pues no se podrá. En total, la operación de bajada y subida se prolonga hasta tres veces. Y en la última, y gracias a dios, maravillosamente un empleado del Corte Inglés al ver mi grado de desesperación, escucha mi problema y me dice: 'Apple es algo extraña. El número de serie está indicado en el recibo de reparación que te otorgó la propia compañía, pero ellos quieren el papel oficial.' O sea. Querían algo que ellos ya tenían y simplemente estaban evaluando mi grado de aguante mientras se descojonan de mí. Estupendo
  
Solventado el problema, mi portátil desaparece dos semanas, a pesar de que Apple presume de poder reparar cualquier cosa en un suspiro. Me lo devuelven y descubro, tras mi asombro, que no. De nuevo no está reparado. De hecho, tiene más problemas que al principio. Es algo que... No es entendible. Si a mí me dejan un portátil mil años, efectivamente al devolverlo al propietario, va a estar igual. Tengo la misma idea de reparación de ordenadores que de hablar ruso. Buenos días y gracias. Pero, en cambio, Apple debería saber un poco más que los propios usuarios. Digo yo. A ver si voy a estar pidiendo peras a un castaño. Líbreme dios. 
  
Llegados a este punto de la historia, y para no aburriros más, que ya os darán bastante la lata en vuestra vida diaria, diré que mi Odisea continuó hasta justo este mes, peleándome con otra Apple Store, nuevos operarios, nuevos problemas en el portátil y ninguna resolución para los antiguos. Se ve que Homero debió esperar unos siglos más para cantar mis aventuras por este nuevo mundo, que no están compuestas para un soneto, pero sí en clave de humor. Y bueno. Algo es algo, ¿no?
  

14 de agosto de 2011

Lo bueno y lo mejor.

Hace poco, teniendo un poco de tiempo libre en mi siempre vacía agenda, fui a dar una vuelta por la Casa del Libro a ver si encontraba alguna novedad literaria interesante que hiciera sacar mi cartera y mi talonario inexistente. Vagando entre las repletas estanterías, me quedé observando, entre muchas otras cosas, una cuantas novelas de bolsillo con título curioso que habían despertado curiosidad en mí. Tras valorar las opciones, decidí llevarme un pequeño y ligero libro cuyo argumento y personajes no marcarían hito alguno en mí, ni eso esperaba yo, y probablemente sólo valdría como un simple entretenimiento banal en el sitio adecuado, o como suelo llamarlas ocasionalmente, 'lecturas de aeropuerto'. Junto con mi ejemplar, adquirí otro de mi escritor favorito, el venerable Zafón, y como persona normal y cliente habitual me dirigí a la caja para pagar. 
  
Hasta aquí la historia puede parecer normal y quizás, si me dejáis apuntarlo, un poco aburrida, del estilo de las de España Directo, que me sorprenden cada vez que voy a visitar a mi abuela, con titulares como: 'Dos hombres de sesenta años han decidido volver a bañarse en el mar tras estar cinco años sin hacerlo'. Sin menospreciar a esos dos entrañables señores, ¿a quién, y perdón por la palabra, cojones le importa? A nadie. Lo más probable es que los únicos interesados en la noticia sean esos dos tipos y el soberbio guionista que la redactó. Y ya está. Al resto del mundo se la refanfinfla.
   
Pero volviendo a la historia, os contaré que más me habría valido encontrarme a aquellos hombres y al equipo entero de TVE que a aquella peculiar mujer. Mientras pasaba mis nuevas adquisiciones por el registro, noté un tono de aprobación al ver el libro de Zafón y una mueca desagradable con el segundo. Un minuto después, entonando una extraña sonrisa, soltó con exagerada pomposidad en la voz: '¿Seguro que le interesa ese tipo de literatura? Tenemos los nuevos relatos de Murakami, que se están vendiendo muy bien...' No voy a negar que me hubiera gustado replicarle abiertamente, pero como creo que la educación no se debe perder nunca, le agradecí su consejo, insistí en llevarme ambos libros, pagué y me fui rápidamente del establecimiento.
  
Vale. Por partes. ¿Quién es ella para cuestionar el tipo de literatura que tiene que comprar alguien? Y cuando digo alguien, me refiero a mí. ¿Por qué? Vamos a ver, es que en el hipotético caso de que a mí me apeteciera comprarme una saga de libros por fascículos titulada 'Cómo hacer una mierda en condiciones', creo tener el derecho divino de poder hacerlo. Y realmente, ¿por qué tiene que venir nadie a hablarme de Murakami y sus novedosas ofertas? Y no menosprecio al susodicho autor, sin ir más lejos, Tokio Blues es una gran novela, pero simplemente él no me apetecía en ese momento, sino creedme que iría directa a comprar sus libros. De hecho, es difícil no hacerlo con unos carteles que casi son de neón apuntando hacia sus obras.
  
En general, la gente, y cuándo hablo de gente me refiero a mí, debe tener el derecho de leer basura literaria de vez en cuando y permitirse el lujo de no dar justificaciones por ello. Para saber apreciar lo bueno, antes también hay que leer mucho de lo malo. Porque sino entonces, ¿cómo sabes donde está el límite de lo bueno? ¿Y el límite de lo incluso más bueno, de lo mejor? Y sobre todo, ¿quiénes son las personas adecuadas para juzgarlo? Porque si existe un club exclusivo, en donde solo puedan entrar catedráticos, filólogos, profesores de lengua castellana y vendedores de la Casa del Libro, me gustaría alistarme en sus filas sólo para sabotearlo desde dentro e implantar la duda sobre que gustos literarios son los adecuados. 
  
Ahora entiendo lo que decía mi abuelo cuando se sentaba en la plaza del pueblo a observar cómo la vida pasaba y arrastraba gente a su paso. '¿Has visto, Alba? Mucho borrego suelto y muy pocos cercos donde amarrarlos'

5 de agosto de 2011

Vacaciones en el paraíso.

Páramo desierto. Nada importante que hacer. Un tiempo terrible, que ya se puede haber dado un gran banquete Zeus lanzando todos sus truenos contra la costa portuguesa. Inevitablemente, como ser humano que soy, me aburro y recurro al único consuelo que tengo a mano: Escribir. No es que no pueda  hacer otras cosas, realmente me he acabado los dos libros que traía entre tormenta y tormenta, veo como tres o cuatro películas diarias (Que incluso para alguien cinéfilo de verdad como yo, se hace hasta cargante al final) y he explotado hasta la saciedad el juego del pinball del ordenador. Comprendedme, se me acaban las cosas que hacer con facilidad. Es injusto, ¿sabéis? Debería existir un microclima especializado para las vacaciones. Vale, que podéis decirme: ‘Es que en mi pueblo también está lloviendo’ Estupendo, me parece perfecto. Tal como está el tiempo, llueve en Normandía, Mordor y en Portugal. Pero he aquí la cuestión importante. ¿Pagas por alojarte en tu casa? No, a menos que te hayas separado de tu mujer y no hayáis llegado a un acuerdo sobre quién se queda el piso, lo cual es bastante improbable y, además, se convertiría en aquella bazofia de película, que protagonizaba Jennifer Aniston y que vendían como comedia, siendo un drama indudablemente. Así que, a menos que tu situación en casa sea complicada, vives allí gratis. Pues yo aquí no. Y no puedo hacer otra cosa que quedarme en el hotel, viendo como graniza, diluvia y el viento se lleva volando al señor que activa el riego en el jardín. (¿Para qué activa el riego? ¿Es que necesita un maremoto para cinco metros cuadrados de hierba, que son los que están alrededor de la piscina? No lo entenderé jamás) 
  
En fin, con resignación, y mientras decido lo más adecuado que ponerme para salir a dar una vuelta por Inglaterra en mitad del invierno, intentaré buscar algún sitio de esta habitación que pille algo de wifi decente. (Que esa es otra cosa. Me lo vendieron como un wifi bueno y rápido. Vamos, hombre. ¿Bueno y rápido? No son los mismos conceptos en España que aquí)

Felices primeros días de Agosto a todos… O lo que sea. 

23 de junio de 2011

Rueiros.

No estaba muerta, no. Estaba de parranda. ¡Y qué acertada es esta frase! Debería darme vergüenza actualizar tan poco, pero lo peor, y lo digo con una mano en el corazón, es que no he podido hacer nada para remediarlo y, como escritora de este blog, voy a dignarme a explicar el por qué de tan horrible enunciado. Estaría bien venir aquí periódicamente a contaros mi vida, cosa que posiblemente no os interese ni a un cuarto de la mayoría, o sorprenderos con vídeos y textos ingeniosos, pero como todos en algún momento de nuestra vida, me encontraba bastante escasa de ideas originales o de temas coherentes sobre los que escribir al finalizar la segunda etapa universitaria, a principios de este querido mes. Realmente no sé si os ha pasado alguna vez, pero cuando inviertes demasiado esfuerzo mental en algo, véase exámenes, una vez acabas, tu cerebro, bajo el rostro de Yao Ming riéndose, decide escapar de tu cuerpo durante una temporada. Y tan vacía me he quedado, que a la hora de ponerme a relatar he comprendido que no sabía ni encajar correctamente la 'm' con la 'p'. Tras entender la fatal realidad, decidí dedicar mi tiempo a cosas terribles y banales como salir de fiesta hasta las tantas, dormir como si no hubiera un mañana y bailar en mi salón creyéndome Tom Cruise en Risky Business a ritmo de un majestuoso 'Old time rock n' roll'. Vamos, cosas que a vosotros, inteligentes y cultos lectores, posiblemente os aborrezcan. 
  
Aún así, a pesar de mi falta de materia gris estas semanas, decidí, por fin, editar un proyecto que llevaba unos meses queriendo sacar a la luz: Rueiros, un programa creado para destapar la verdad sobre lo qué realmente saben los españoles de cultura general. La idea surgió, alrededor del mes de Marzo, tras ver unas entrevistas que Julian Morrow realizó a ciudadanos americanos, en una de esas clases de la universidad que no deberían existir ni siquiera para conciliar bien el sueño. Se lo comenté a un par de amigas y unas semanas después nos vimos en la calle intentando entrevistar a alguien. En general, la grabación estuvo bien, pero fue un auténtico coñazo conseguir a personas amables para preguntar. No podéis ni imaginaros lo borde que puede llegar a ser la gente.
  
En resumen, y ya finiquitando la entrada y antes de que me mandéis a frunjir un rato por ser tan cansina y contaros mi vida, aquí os dejo el primer episodio de Rueiros. Rezo para que os guste y os saque, aunque sea, una diminuta sonrisa. ¡Disfrutad!

Rueiros. Entrevistas de cultura general a los españoles. 

7 de mayo de 2011

Ya llegan.

Como si de un Terminator a punto de aniquilar a John Connor se tratase, vuelven de nuevo. En el fondo, ya sabéis de lo que estoy hablando. Aunque si aún no caéis del todo, dejadme que os ilustre un poco. 
 
Esa maravillosa época del año donde eres creativo, estás atento a todos los paradigmas que te rodean, miles de incógnitas vuelan por tu mente, te conviertes en una persona llena de vida y con ansias de realizar cualquier plan por muy estúpido que sea, activo para todos los deportes habidos y por haber y las calles parecen más luminosas a cada segundo que las admiras desde tu alcoba. Si, exacto. El cuatrimestre está finalizando y todos los estudiantes se echan en masa a las bibliotecas con un único propósito: Aprobar decentemente los exámenes. 
  
Comienzan los lamentos odiosos, y tan sonados, del tipo ¿Por qué no habré empezado antes? o Debí de estudiar todo desde el primer día tal como me dijeron mis padres, y aunque autoengañarnos se nos da a todos de maravilla, sabemos, que de volver atrás, haríamos exactamente lo mismo. Así que no os mintáis, almas de cántaro. Que está feo. Quizás, y lo dice una persona plenamente consciente de ello, lo peor es que cualquier factor externo es mucho más atractivo que el hecho de ponerse a estudiar. Realmente no somos nada selectivos, cuándo digo cualquier cosa es cualquier cosa. De hecho, es la primera vez que noto que tengo el escritorio tan sucio y ya no digo nada de las ventanas, que podrían ser perfectamente un nuevo escenario para alguna secuela de Antz, Hormigaz. 
  
En resumen, y mientras voy calculando cuántos segundos pasan entre que el semáforo de la esquina cambia de ámbar a verde, dejo por aquí un pequeño proyecto de Stop Motion mío, un homenaje al magnífico flexo de Pixar, Luxor.

Back to Pixar. 

24 de abril de 2011

Como Tom Hanks, en la Terminal.

Ni siquiera recuerdo haber escrito esto, apenas tengo un par de recuerdos efímeros de aquel verano, pero ha estado bien observar que tenía un mínimo de cerebro en otra época. Sólo sé que debía coger un vuelo a Italia que, por diversos problemas, no llegaba a su hora y eso me hacía exasperar junto a mis compañeros de viaje, que dormitaban tranquilamente.
 
'Agosto del 2007.

Personas, personas y, ah sí, por allí viene otro grupo inmenso de gente. No tengo una idea determinada sobre los aeropuertos, aunque creo que sería el escenario ideal para realizar un documental sobre seres humanos. No sé si alguien de los trabajadores que se ocupan que todo se regule con normalidad aquí, se dará cuenta a fondo de la cantidad de gente que pasea por estos lares a diario. Obviamente saben que ‘alojan’ a muchísima gente, pero ¿En qué medida son conscientes de ello? Azafatas malhumoradas. Pilotos ególatras. Turistas despistados. Hombres de negocio que nunca dejan de hablar por teléfono. Parejas que se despiden. Hombres y mujeres solitarios sin saber que hacer. Grupos gigantescos de ancianos que deciden que Mallorca es un buen sitio para pasar sus siguientes vacaciones. Escolares perdidos. Guardias despreocupados. Y algún que otro chico de la limpieza que baila con sus cascos alguna canción del último rey del reggae actual. Y entre toda la multitud, sigo estando yo. Sentada en el suelo cerca de un monitor, vigilando de reojo si mi vuelo tiene el honor de aparecer, para variar. Invisible para los pasajeros con prisa. No sé cuándo voy a salir de aquí. Ni sé si alguien en casa me echa de menos. Mi único consuelo es escribir en la parte de atrás de un papel que oferta kilos de jamones a precios desorbitados. Las horas siguen pasando, pero mi reloj parece que se ha parado y ha decidido, por gracia divina, que todo vaya aún más lento. Queriendo que disfrute de una estancia que a nadie se le hace apetecible. Y qué voy a decir. Sólo soy un Tom Hanks más, atrapada en la Terminal 2 del aeropuerto de Barajas.' 

9 de abril de 2011

La niña se ha enamorado.

Si ya lo decía mi madre. Cuándo te enamores, lo harás de verdad y será para toda la vida. Quién me iba a decir que iba a tener tanta razón. ¿Para qué vamos a negar lo evidente? Me encanta y, aunque apenas ha podido conocer algo de mí en tres escasos días, sé que yo le gusto también. C'est l'amour. 
  
Vale, vale, vale. No me he tragado enterita ninguna novela de Jane Austen, y por supuesto, jamás pondría ñoñerías de este calibre en un blog. Por favor. Ya no tengo once años y hace tiempo que la Cenicienta no se encuentra entre mis películas favoritas. 
No, no se trata del amor hacia alguien, sino el amor hacia un lugar en concreto. Paris. Qué típica soy, ¿verdad? Como yo, miles de personas. O eso solía pensar de la gente que volvía maravillada de allí. 
  
Ver directamente el Sacre Coeur, los Champs Élyseés, subir hasta lo alto del Arc de Triomphe, perderse entre callejuelas, observar que los franceses mueren a lo grande con magníficas tumbas, reírse de lo triste que es el exterior del Moulin Rouge en comparación con la película, las bellas mujeres francesas y los apuestos e intocables hombres franceses, la esplenderosa Notre Dame, hacerse hueco entre doscientos chinos con cámaras de fotos para ver a veinte metros La mona lisa, descubrir que la Tour Eiffel no es como tú te la habías imaginado. Sino, que es mejor, mucho mejor. 
  
No me gusta recomendar del todo sitios y lugares, porque creo que cada uno debe decidir siempre a donde quiere ir sin verse influenciado por nadie más. Pero, sin duda, si todavía no has visto brillar de noche la torre creada por Alexandre Gustave Eiffel, apúntalo rápidamente en tu lista de tareas pendientes antes de morir. 
  
Merece la pena. 


23 de marzo de 2011

Fotografías fijas.


Una vez le preguntaron a Lewis Hine, un fotógrafo de guerra, por qué había elegido esa profesión. Él contestó que si pudiese contar con palabras todo lo que veía, no necesitaría cargar todo el día con una cámara de fotos. Que ciertos momentos de belleza, de desolación, de horror y de heroísmo, estaban más allá de las palabras. Es difícil no creer en algo así. Existen cosas que exceden a los hechos, que se encuentran ocultas bajo una capa del alma, arropados por un manto de sentimientos. Cosas como seguir vivos, sentimientos como el amor y el compromiso o sensaciones como volver a abrazar a un amigo. Quizá por eso nuestra vida se compone de imágenes, momentos congelados en el tiempo para siempre, de decisiones que cambian sin remedio el curso de las cosas. De fotografías fijas guardadas en la memoria, que nos recuerdan cada segundo lo hermoso que es vivir.
 

31 de enero de 2011

Un mes y cinco exámenes después.

Regresamos.
  
Como bien dice el título, casi treinta días después de la última entrada. Un montón de información y exámenes a sus espaldas. Apenas, de estas estresantes cuatro semanas, creo poder sacar un par de cosas en claro. Y no es que me haya costado demasiado, creédme. Cuándo más lúcida y llena de imaginación estoy, es precisamente en estas épocas del año. Misterios de la ciencia.
 
La primera de ellas, casi surgida en medio de un examen de una asignatura un tanto peculiar que intentaba explicar mucho sin concretar en nada, es que la mayoría de los conocimientos que nos hacen aprender obligatoriamente para aprobar en la universidad, sirven para nada más que el examen. No, no seáis hipócritas. Es una verdad como un templo. Estudiar un montón de teorías filosóficas de la información y sobre el medio audiovisual, en mi caso, e intentar soltárselas de un modo apropiado en un papel con una serie de pautas a seguir. Son pocos los términos que se quedan retenidos en nuestra memoria, los más útiles y singulares, de los que sin duda sacaremos partido tarde o temprano. O eso creemos nosotros. Quizás nunca. Tampoco nos engañemos con respecto a eso. Están ahí y, quién sabe, algún día, con suerte, servirán para convertirte en un orador fantástico en alguna conversación adecuada. 
  
Y la segunda teoría, no menos importante, es qué, de existir un condensador de Fluzo en la realidad, y de estar al servicio de la humanidad, a destacar el sector joven, qué felices estaríamos siempre y qué bien viviríamos. Lamentablemente, el mundo en el que vivimos es el que es y, muy a mi pesar, debo reconocer que se desaprovecharía tal increíble artilugio de una manera exorbitante.
  
Así que mejor lo dejamos todo en la gran mente de Robert Zemeckis, mientras los demás soñamos con deloreans voladores que vengan a buscarnos a la entrada de nuestra casa.

     

4 de enero de 2011

Acariciarla despacio.

En su letargo no quiso despertar. 

Negándose a que nada no fuera real, a qué todo a su alrededor no fuese producto de aquella locura transitoria que lo invadía. Se propuso a sí mismo abrir los ojos lentamente, saboreando la claridad, esperando que sus ojos dejaran de lagrimear, para así ver aquel verde cristalino proyectado en el mismísimo infinito.
Y en aquel instante, cuándo todo estuvo al fin en calma, cuando el mismo silencio se quedó callado, supo que ella estaría bien. Dejó de apretar ambos pies y los relajó bajo la comodidad de la fría sábana. Sonrió. De manera abierta. Mientras pasaban los segundos, los minutos, las horas. Recordó aquel suspiro. Pensó en aquella boca. En aquel  preciso e intenso momento que había estado en su mente desde hacía tanto tiempo, deseando tenerla en su lecho y acariciarla despacio.