10 de febrero de 2010

Quietos.


Esperad un segundo. Deteneos. El tiempo se ha paralizado. El aire ha dejado de fluir. Tan sólo tenéis una única opción, cerrar los ojos y escucharme. Quiero que recordéis la primera vez que visteis, que vislumbrasteis, que observasteis sólo o acompañados, la autenticidad del mar. Tan calmado e inmenso y con aquel olor singular a reciente y antiguo de forma similar. Ansío que rememoréis el momento en que os aproximasteis a sus fauces y os invadió el miedo a ser bañados por sus ráfagas saladas. Deseo que meditéis sobre aquel inolvidable momento en el que os situasteis frente al mar y soñasteis que el mundo en su totalidad se encontraba a vuestro alcance. Como niños imaginasteis lo que os esperaría más allá del horizonte. Las miles aventuras que os aguardarían en aquellas tierras lejanas. Recordad lo felices que fuisteis fantaseando con ello. Quietos de nuevo. El tiempo continúa parado. Seguís aquí conmigo. Ahora os voy a pedir que penséis en aquel primer beso. Sí, el primer beso de verdad. Aquel tan tímido, húmedo, inexperto, vulnerable, miedoso, asombrosamente increíble y cargado de miles de sentimientos. Sí, deseo que recapacitéis sobre él. Volved ansiosos a ese preciso instante y temblad de miedo, de emoción, de alegría, una vez más. Cerrad los ojos con fuerza con temor a abrirlos un mínimo para que la magia jamás deje de fluir a través de vuestras almas. Aferraos a la otra persona como si no existiera otro cuerpo más perfecto en el mundo que se amoldara a vuestros brazos. Ambiciono que volváis a ser afortunados por una milésima de segundo tanto como lo fuisteis entonces. Parece increíble, pero detenerse apenas unos segundos, aminorar la marcha para observar lo bueno y lo malo que hemos dejado atrás, nos hace madurar, nos hace progresar, nos hace avanzar hacia la perfección de nuestra propia imperfección. La vida se compone de pequeñas cosas que nos hacen sentirnos bienaventurados a escalas diferentes, pero que nos hacen dichosos en un conjunto.
 

1 de febrero de 2010

Obra de arte.



Y en aquella estancia, los dos se quedaron en silencio, rotos de miedo, de no poder respirar, de no poder saber, de no poder confesarse el uno al otro. Pensando en qué decir, qué hacer, cómo expresarlo, cómo manifestarlo de tal modo que sonara como si fuera una estúpida película dramática, donde las personas se cogen de las manos, sin aliento, esperando el beso final.

Pero no era una película. No había un guión detrás. No había un montador de videos, la cámara no encuadraba sus rostros, la noche era noche, y no un foco preparado; y la lluvia no era una ridícula manguera que imitaba el efecto meteorólogico. Sólo estaban ellos. Y a veces da incluso menos miedo situarse ante miles de personas y confesar algo que realmente no piensas, que situarse ante una sóla y hablar cómo si tu corazón dictara cada sentimiento y sensación.
 
Ella no podía más. Él casi vomitaba las palabras, pero tenía la impresión de que no diría nada coherente. ¿Por qué se sentían tan ridiculamente estúpidos? Ni ellos mismos lo sabían.
 
- Ehm.
 
Había salido de su boca. Un sonido. Increíble. Tantos años de evolución para llegar a justo aquel instante que llevaba esperando casi toda una vida y no se atrevía a decir nada más. Absolutamente nada. Ante su sorpresa, ella se rió y él no pudo evitar sonreír con ella, sonreír ante la situación.
  
- Esto es una mierda.
- Y qué lo digas.

  
Ella sintió confianza. Por primera vez, sintió que podía continuar. Que podía no tener miedo. Respiró hondo e hizo que sus manos dejaran de sudar ante sus prematuros nervios. Su instinto deseaba hablar y ella no podía hacer otra cosa que darle paso e, inmediatamente, se puso frente a él y se centró sólo en ver sus ojos.
 
- Tú no tienes cinco sonrisas.
- ¿Cómo?
- Sé que esa frase no es mía y que soy por tanto una plagiadora de una película de amor en la que chico conoce a chica, chico se enamora, chica sólo se da cuenta de que está enamorada de él hasta el final y son felices. Llegado el momento cumbre de la película, ella le dice que tiene cinco sonrisas. Una cuando él piensa que alguien es idiota, otra cuando es muy idiota, otra cuando se arregla y se pone guapo, otra cuando canta a Barry White y otra... Cuando la ve a ella. -Cogió aire-. Pero tú no eres así. Tú no tienes cinco sonrisas. Tú tienes una que lo engloba todo. Eres capaz de sonreír aunque no quieras, eres capaz de curar con la sonrisa. Si tú sonríes, el resto sonríe porque les gusta tú felicidad. Tus ojos se iluminan y recuerdas a un niño cuando ve algo que quiere o ansía. Tú, eres tan único, y tan valioso e imprescindible, como ese cuadro principal en un museo de Arte. Él que todo el mundo paga por ver, el irrepetible. Eres como la Gioconda en el museo del Louvre. Nadie puede salir de allí sin situarse enfrente de la obra de Leonardo Da Vinci y admirarla. Tú eres mi Gioconda. Y yo soy tu museo. Cualquiera querría tenerte en su propia colección, pero yo, y sólo yo, tengo la suerte de tenerte conmigo.

 
No dejó que terminara del todo. Si quedaba todavía algún ápice de monólogo en su interior, ya se había disipado. Dejaron que la pasión invadiera sus cuerpos, besándose como si no hubiera un mañana y pensando en tan sólo una única cosa. Que fácil es tocar el cielo durante una milésima de segundo.