31 de enero de 2011

Un mes y cinco exámenes después.

Regresamos.
  
Como bien dice el título, casi treinta días después de la última entrada. Un montón de información y exámenes a sus espaldas. Apenas, de estas estresantes cuatro semanas, creo poder sacar un par de cosas en claro. Y no es que me haya costado demasiado, creédme. Cuándo más lúcida y llena de imaginación estoy, es precisamente en estas épocas del año. Misterios de la ciencia.
 
La primera de ellas, casi surgida en medio de un examen de una asignatura un tanto peculiar que intentaba explicar mucho sin concretar en nada, es que la mayoría de los conocimientos que nos hacen aprender obligatoriamente para aprobar en la universidad, sirven para nada más que el examen. No, no seáis hipócritas. Es una verdad como un templo. Estudiar un montón de teorías filosóficas de la información y sobre el medio audiovisual, en mi caso, e intentar soltárselas de un modo apropiado en un papel con una serie de pautas a seguir. Son pocos los términos que se quedan retenidos en nuestra memoria, los más útiles y singulares, de los que sin duda sacaremos partido tarde o temprano. O eso creemos nosotros. Quizás nunca. Tampoco nos engañemos con respecto a eso. Están ahí y, quién sabe, algún día, con suerte, servirán para convertirte en un orador fantástico en alguna conversación adecuada. 
  
Y la segunda teoría, no menos importante, es qué, de existir un condensador de Fluzo en la realidad, y de estar al servicio de la humanidad, a destacar el sector joven, qué felices estaríamos siempre y qué bien viviríamos. Lamentablemente, el mundo en el que vivimos es el que es y, muy a mi pesar, debo reconocer que se desaprovecharía tal increíble artilugio de una manera exorbitante.
  
Así que mejor lo dejamos todo en la gran mente de Robert Zemeckis, mientras los demás soñamos con deloreans voladores que vengan a buscarnos a la entrada de nuestra casa.

     

4 de enero de 2011

Acariciarla despacio.

En su letargo no quiso despertar. 

Negándose a que nada no fuera real, a qué todo a su alrededor no fuese producto de aquella locura transitoria que lo invadía. Se propuso a sí mismo abrir los ojos lentamente, saboreando la claridad, esperando que sus ojos dejaran de lagrimear, para así ver aquel verde cristalino proyectado en el mismísimo infinito.
Y en aquel instante, cuándo todo estuvo al fin en calma, cuando el mismo silencio se quedó callado, supo que ella estaría bien. Dejó de apretar ambos pies y los relajó bajo la comodidad de la fría sábana. Sonrió. De manera abierta. Mientras pasaban los segundos, los minutos, las horas. Recordó aquel suspiro. Pensó en aquella boca. En aquel  preciso e intenso momento que había estado en su mente desde hacía tanto tiempo, deseando tenerla en su lecho y acariciarla despacio.