27 de noviembre de 2010

Muy pocas personas, demasiada gente.


Y que solo y que vacío puedes llegar a sentirte en tan sólo un momento. Es sencillo, todo se plantea de repente. Estás cansado, triste, apático, deprimido, solo, sin saber que hacer, sin saber que decir, apagado, agotado de toda la situación que te rodea. En resumen, y sin más dilación, estás harto. Tienes un sinfín de problemas sin resolver, cuya solución parece que no llega jamás. Hace tiempo que no duermes, que no pagas la luz, que el agua del grifo empieza a coger un tono amarillento, que no comes nada sólido desde hace días, que tus amigos te hacen el vacío, que tienes a tu madre en el hospital, que tu padre lleva años sin dirigirte la palabra, o mismo que un perro te ha desgarrado la pierna a mordiscos cuando venías a casa. Tú y tus miles de incógnitas. No sabes que hacer y recurres a alguien que te ayude a salir de esa situación y, por arte de magia, nace ese enunciado encantador que no te alivia, no te consuela, simplemente te irrita, te consume, te hastía. Y tú, fingiendo un interés que no tienes o una cara de lástima que ya traías de casa, escuchas la flamante frase de ‘Puf. Si yo te contara…’
  
No hay nada que hacer. Sólo te toca asentir, hacer que comprendes y sobre todo, aguantar con paciencia. 

Y ya lo dijo Fito en su famosa canción 'Corazón oxidado'.
  
Muy pocas personas, demasiada gente.  
 

16 de noviembre de 2010

Imposibles e improbables.

Cuando era pequeña, alguien se acercó a mí una vez y me dijo que podía soñar hasta un punto. Que había límites que posiblemente conocería cuando creciera, que aprendería a vivir con ellos, a soñar sólo con las cosas posibles y a fantasear con lo imposible. Distinguiría entre lo probable y lo improbable, y, diferenciando, mi vida pasaría a tropincones. A medida que fuí creciendo, no me planteé jamás aquellos consejos. No los cuestioné ni un segundo. Aparté las cosas imposibles e improbables cara un lado y dejé las seguras a mi vera. Hasta que un día, como nos ha pasado a todos, tropecé con algo que cambió las cosas. Que hizo que me planteara si todo lo que había hecho hasta ese preciso momento estaba bien.
  
El diccionario de la Real Academia Española define la palabra 'imposible' como algo que no tiene facultad ni medios, para llegar a ser o suceder. En cambio, define 'Improbable' como algo inverosímil, que no está fundamentado en una razón prudente. Con estas dos definiciones en las manos, y puestos a elegir, preferí la improbabilidad a la imposibilidad. La improbabilidad implica esperanza, suerte. La improbabilidad nos hace felices y la imposibilidad nos hace caer para no levantarnos. Preferimos escuchar que tenemos un mísero uno por ciento de posibilidades de ganar, que un noventa y nueve de fracasar. Celebramos la victoria de David contra Golliat. Improbable, sí. Un afroamericano en la Casa Blanca, un tenista español que derrota al número uno de la ATP, una periodista que se convierte en princesa, un equipo que nos trae la gloria de un Mundial, un pequeño paso sobre la Luna. Todas ellas cosas improbables. Sentimientos, relaciones, amistades. Cariño, odio, alegría, amor. Nada de eso se funda en una razón prudente.
  
Por eso, desde hace tiempo, que ya no me cruzo con cosas imposibles.
  
Me cruzo con improbabilidades. Sí, de acuerdo. La mayoría apenas tienen un escaso, insuficiente y limitado porcentaje de salir bien. Pero está ahí, y con eso me llega para mantener la sonrisa en los labios.
 

12 de noviembre de 2010

Como niños.

Debajo de una sábana, jugaron como niños. Al principio vestidos, quizás luego desnudos. Entrelazando sus manos bañadas únicamente por el sol. Contando el tiempo con un antiguo reloj de arena y, más tarde, dejando que se rompiera contra el suelo para no tener noción de las horas, minutos y segundos que transcurrían mientras se deseaban. Ella tenía ganas de morir besándolo y él sólo quería saber que ella sería la última mujer que besaría antes de morir.